Cuarto Encuentro
Bogotá - Teatro R101
Abr 22 - 2017
Certeza
No lo sé, pero tengo la extraña certeza de que esa respuesta se encuentra en la posibilidad de imaginar el mundo que llevamos a cuestas, el mundo del que participamos, con las pequeñas cosas que llevamos puestas.
Wong Yamamoto
Montaje
“La lógica con que se suceden los fragmentos es incierta pero el efecto es inmediatamente claro: el montaje no muestra, sino que dispone, no las cosas mismas sino sus diferencias, sus choques, sus tensiones; descompone y recompone el orden del mundo, que así dispuesto y distanciado se vuelve aún más extraño… el autor se enmascara en copistas, antólogos, traductores, investigadores, filólogos, hasta borrar los rastros de la voz propia.”
Speranza, G. (2012) Atlas portátil de América Latina, Arte y ficciones errantes. Anagrama: Barcelona.
Historia Abreviada
“03: Oye, ahora creo recordar. Creo que todo empezó -me refiero a mi Historia abreviada- en un viaje que hice a París hacia 1983. Fui a ver una exposición sobre máquinas solteras de la literatura, en el Grand Palais. Recuerdo que el mismo título de la exposición me intrigaba mucho. Me sorprendió después lo que vi allí. Era yo un admirador de Raymond Roussel y de sus máquinas, y ver alguna de ellas reproducidas en la exposición, al lado de las máquinas de Kafka o de Duchamp, me dejó huella. Me gustaba, por otra parte, el concepto duchampiano de machine célibataire con el que me identificaba. Y, aunque no entendía muy bien qué era exactamente, me gustaba también el concepto de femme fatale y, si la memoria no me traiciona, en aquella exposición había más de una máquina que funcionaba como tal, como mujer fatal. Todo eso fue creando en mí una atmósfera creativa en torno a la idea literaria de las máquinas solteras y terminé por hacer un artículo sobre el tema, un artículo algo disparatado que publiqué en La Vanguardia, en cuyas páginas culturales colaboraba con cierta frecuencia entonces, bajo la tutela de Ana Basualdo. Después, viajé a Mallorca y compré un libro de un sabio local –aunque también universal, pese a que es injustamente poco conocido-, Cristóbal Serra. Era un libro de aforismos. Y uno de ellos era una reflexión sobre las ventajas de la brevedad. Llevaba el libro de Serra a todos los bares de Mallorca. Y en uno de esos bares, tras cuatro copas, se me ocurrió que mi artículo, ya publicado en La Vanguardia, podría haberse llamado Breve Historia de la Literatura móvil, y eso lo anoté en las propias páginas del libro de Serra (aún conservo esos garabatos escritos de pie, en la barra de un bar horrible de Palma, ya desaparecido, llamado La Polilla). Unas horas después, modifiqué el título, que quedó en Historia abreviada de la literatura portátil. Lo modifiqué -recuerdo- en una terraza al sol, muy lejos de La Polilla. Y muy cerca de Sterne.”
Vila-Matas, E. (marzo de 2015) Versión disidente de Historia Abreviada de la literatura Portátil: 3. Blog en web de Enrique Vila-Matas.
Recuperado de: http://www.enriquevilamatas.com/obra/l_haliteraturaportatil.html#tres
Cesto
“¿Algún estimado personaje entre los distinguidos señores lectores se ha sentado alguna vez sobre un cesto de viaje, y ha observado al hacerlo cómo el cesto suspira, grazna y gime? ¡Visto como un asiento, un cesto de viaje provoca nuestro entusiasmo! y qué no valdrá como objeto de aprovisionamiento! Un cesto de viaje de tamaño medio oculta: un viejo candil, Shiller, Goethe, Shakespeare, uno o dos juegos de cortinas, una para de silla, una colección de xilografías japonesas, una estampa titulada Los abandonados, una cafetera, tres o cuatro gruesas novelas folletinescas o de terror devoradas hace mucho, una de las cuales quizá se titule La condesa de la calavera, un reloj ornamental junto a un reloj de la Selva Negra, una mascarilla de Federico II el Grande, y toda clase de trapos, cuerdas, herramientas, como martillos, tenazas, brocas y clavos, pantalones chalecos, botas y otros trastos útiles corrientes. Después de haber leído estas líneas, nadie seguramente despreciará más un cesto de viaje. Es estupendo estar centrado en cestos de viaje y fantasear al mismo tiempo con un periplo al rededor del mundo. Este fino, simpático y bonito ejercicio puede recomendarse de corazón a cualquiera.”
Walser, R., Greven, J., & Blanco, R. P. (2012). Sueños: Prosa de la época de Biel, (1913-1920) (Libros del tiempo, 312; Libros del tiempo (Ediciones Siruela), 312). Madrid: Siruela.
Mago
“En Dublín la gente sabe que, cuando un manto de niebla cae sobre el paisaje, significa que Manannán MacLir trae algo entre manos, o debajo de su capa mágica, o dentro de su inquietante saco, esa pieza de cuero tosco que durante siglos ha provocado la envidia de los personajes de la mitología celta y la de sus apasionados lectores, entre los que me cuento yo, que no soy celta sino de Veracruz y sin embargo de niño soñaba obsesivamente con ese saco, vaya eso en mi descargo, con esa bolsa burda de donde Manannán MacLir iba extrayendo una serie ilimitada de objetos, un hacha, un cerdo, una rama de plata, un arpón y un gorro patriarcal, aunque a esas alturas del sueño, casi siempre después del gorro, que era adusto y orondo, salía mi tía Margarita, a peacefugle, a peri potmother, a pringlipik in yhe ilandiskippy, una tia cuyas formas de mujer adulta fueron la espuela de mis sueños; sus formas magnificas y la bolsa, mágica de MacLir, de donde ella misma salía o más bien su pussypussy plunderpussy, su coño egregio, ínclito y glorioso, que era a su vez otro saco, y aquí la ganaba en un nivel inaccesible para mí, que era un niño celta nacido en Veracruz, pero un niño al fin. Manannán MacLir es un hombre tumultuoso y enigmático cuyo segundo componente puede empezar a darnos una idea del linaje de este hombre, por llamarlo así, que en realidad es un mago, un hechicero, un personaje que tiene derecho de picaporte con las fuerzas de la naturaleza; Mac Lir significa pues “hijo del mar”, lo cual simplifica, e incluso demerita, lo que acabo de escribir sobre él, aunque también es verdad que, para no perder la objetividad, a estos personales mágicos hay que mirarlos siempre entre el mérito y el demérito. El saco mágico de MacLir era, o puede ser que todavía lo sea, una bolsa que contenía todas las cosas del mundo, inanimadas y vivas, desde un clavo hasta un paisaje completo; si le daba hambre sacaba un pan, o una espada si tenía que defenderse, y puesto a sacar animales que podía elegir uno para cocinarlo al fuego, o cien para poblar una granja, su bolsa mágica no tenía limites, todavía no los tiene. Ese hijo celta del mar nació en Emain Abblach, un florido islote frete a la costa de Alba, que hoy, y desde hace siglos ha pasado a llamarse Escocia; aquel próspero islote tenía una vegetación rica y brillante que podía medirse en destellos, delumbrores y kilates. Por ejemplo, el viajero Bran McFebail tuvo entre sus manos una rama de plata donde crecían flores blancas, una pieza verdaderamente rara aunque lo que es raro de verdad es que el mundo lo recuerde a uno como viajero; viajar se ha popularizado tanto, se ha convertido en una vulgaridad de tan grandes proporciones, que hoy lo original, por no decir lo decente, es que cada quien viaje alrededor de su habitación, que es quizá lo que hacía Bran McFebril, ¿o de qué otro lugar, que no sea el saco de Manannán, pudo salir esa rama tan rara? Tracemos un perfil general de Manannán MacLir, antes de ir al cameo que generosamente ejecuto en la obra de Ulises, de James Joyce, un cameo que, al lado del saco mágico y de la pussypussy plunderpussy de mi tía Margarita, ocupó buena parte de mis sueños y de mis furibundas meditaciones infantiles: vive, desde luego en el mar; es alto y barbado y se parece mucho, para qué lo volvamos a ocultar, a Neptuno; acostumbra a navegar en una barca de reducidas dimensiones, fabricada de mimbre y cuero y también, cuando la ocasión y el terreno lo ameritan, se monta en Aonbárr, un fascinante caballito que galopa sobre el agua o sobre la tierra indistintamente, que es básicamente lo que hacen todos los caballo, nada más que éste corre por la superficie y los otros cruzan los ríos con el agua al cuello, pero eso sí: galopando. Por debajo del agua, pero siempre galopando. MacLir sale a la intemperie ataviado con una capa que, como estrategia para permanecer oculto, lejos de la mirada de enemigos y fisgones, cambia de color según el paisaje donde cabalgue; supongo que será color arena en el desierto y verde furibundo cuando cabalga por la selva de Veracruz, si es que aquel verdor recóndito, para él que ejerce sus poderes en los alrededores del mar Céltico, cabe dentro de su mágica jurisdicción. Ahora voy al cameo que Manannán MacLir hizo a Joyce y que, no tiene caso negarlo, me obsesiona desde hace años, desde que, como hace muy poco he dicho, era yo un niño de furibundas reflexiones y desbocadas fantasías; de pronto, cuando la novela ha completado ya sus dos terceras partes, aparece MacLir, aparece por sorpresa como los bancos de niebla que él mismo produce: el “sabio de Irlanda, con los ojos huecos”, está meditando en una comprometida posición “con la barbilla en las rodillas” chin on knees, escribió Joyce en su lengua; un instante después de esta aparición súbita, porque ha sido iluminada, violentamente y de golpe, por un faro seguidor, como el teatro, MacLir se levante lentamente, he rises slowly, escribe Joyce de este mago que, más que levantarse, va desembarazándose de las cadenas de su reflexión, que lo tenías chin on knees, encorvado de forma excesiva para un personaje mitológico de su edad y condición; ese levantarse lentamente tan teatral va acentuando por un viento helado y poderoso que puede arrebatarle a alguien el paraguas de las manos, o levantar una embarcación en vilo y azotarla contra las casas de Blackrock, un pacífico barrio dublinés donde, al margen de esta narración mitológica, han caído barcos completos, que habían sido levantados en lilo por una galerna, sobre algún tejado o jardín. Una vez de pie, MacLir adquiere toda su postura, “en torno a su cabeza se retuercen anguilas y congrios. En la mano derecha sostiene una bomba de bicicleta. En la mano izquierda a garra una gran langosta por las dos pinzas”, y a continuación, con su “voz de olas”, grita: “¡Aum!, ¡Hek!, ¡Wal!, ¡Ak!, ¡Lup!, ¡Mor!, ¡Ma!”, una fascinante ecuación fonética a la que regresaré más adelante. Luego MacLir dice cosas con “voz de viento marino silbante” y “con un grito de pájaros de tormenta”: “¡Shakti, Shiva! ¡oscuro padre escondido!” dark hidden father, e inmediatamente después, por si lo que ha dicho y hecho fuera poco cameo, comienza a golpear a la langosta que trae en la mano izquierda con la bomba de bicicleta que sujeta con la derecha; en medio de esa brutal carnicería, donde refulgen los doce signos del zodiaco, gime con la vehemencia del océano: ¡Aum!, ¡Baum!, ¡Pyjaum!, yo soy la luz del hogar, yo soy la manteca cremosa sueñoza”, un atractivo final de cameo que en su lengua original es todavía más rico, I am the dreamery creamery butter, un dreamery creamery que a mí me remite al pussypussy plunderpussy de mi pringlpik in the ilandiskippy que era esa mujer sonada con su deslumbrante y egregio coño que todavía me hace gritar ¡Aum!, ¡Hek!, ¡Wal!, ¡Ak!, ¡Lup!, ¡Mor!, ¡Ma!”con gritos de pájaro de tormenta con grito de stormbirds, menuda combinación poderosa de palabras, al gritar ¡stormbirds!, lo minimo que nos sale de la boca es una tormenta de pájaros. Despues del the dreamery creamery butter con que termina Manannán MacLir su parlamento, “una esquelética mano de judas estrangula la luz” que lo alumbra y un chorro de gas, que es el siguiente personaje en esta obra que se representa en Dublín, dice “¡Puuah! ¡Pfuiiiii!”. Pero había empezado estas líneas con esos mantos, o barcos, de niebla que caen súbitamente sobre Dublín, estaba ahí cuando ese oscuro padre escondido, ese dark hidden father que en realidad es Manannán MacLir, sumado a mi pringlpik in the ilandiskippy, tuvieron a bien escorarme el texto hacia lo mitológico, hacia lo escatológico, hacia lo sexyplexipussiplundertoxiplexisexy, hacia el brutal cameo del sabio de Irlanda, de quien yo quería contar, además de lo que ya he contado, lo siguiente: MacLir tiene entre sus atribuciones el grado feth fiaba, un vocablo resoplante que en lengua gaélica significa “amo de la niebla”, de aquí vienen esos bancos sólidos, esos mantos espesos que caen de vez en cuando sobre la ciudad de Dublín pero, más que nada, sobre su puerto; cuando MacLir quiere esconder algo, o desaparecerlo de plano, convoca la niebla, a Feth, su vasalla y súbdita, para que se manifieste en un cuerpo espeso. Yo estaba una mañana en mi balcón, como era costumbre en mis años dublineses, mirando las maniobras del puerto y tomando café, cuando una nube blanca y minúscula apareció en el centro de la bahía, en unos cuantos segundos, en lo que bebía un trago de café, aquella inocente nubecilla amento diez veces su tamaño; en muy poco tiempo la niebla lo había cubierto todo, los brazos enormes del granito que protegen el puesto, los barcos y los veleros, la Capitanía, la torre del Ayuntamiento y el balcón desde donde yo observaba el fenómeno; el faro, que ya nadie podía ver, comenzó a pitar intermitentemente esa nota ronca de oboe que usan los marineros cuando la niebla es espesa; cada treinta segundos el oboe rompía el silencio hermético que suele formarse dentro de las nubes; dejé de tomar café por que no podía ver la taza que sostenía con la mano; a lo lejos, un barco que venía de Inglaterra, comenzó a responder al oboe del faro con un silbato menos grave, del tipo de corno inglés; durante un tiempo incalculable oí al barco aproximarse, primero pitaba el faro y luego el barco, que se oía cada vez más cerca; cuando el barco pitó en la puerta de la bahía tuve la certeza de que MacLir estaba ahí haciendo algo, con algo entre manos, o de bajo de su manto druida, o dentro de su inquietante saco y, durante varios minutos, encerrados en ese banco espeso, blanquísimo y claustrofóbico, espere oír su grito entre el silbato del faro y el del barco, su poderoso grito de stormbirds: “¡Aum!, ¡Hek!, ¡Wal!, ¡Ak!, ¡Lup!, ¡Mor!, ¡Ma!”; esperé inmóvil, con la taza en la mano, hasta que la niebla comenzó a disiparse y entonces tuve terror, pánico de que cuando Feth por fin se esfumara no hubiera bahía, ni puerto, ni ¡Hek!, ni nada.”
Soler, J. Dreamery Creamery Stormbirds / La Orden del Finnegans. La Orden del Finnegans tiene como único propósito la veneración de la novela Ulises de James Joyce. Los miembros de esta orden se obligan a venerar la obra y, si es posible, asistir a Dublín en una jornada de Bloomsday que acaba en la Torre Martello (donde se inicia la novela) en Sandycove, para leer unos fragmentos. Tras ese acto anual caminan hasta el pub Finnegans en la vecina población de Dalkey donde dan fin a su acto anual. Orden del Finnegans (febrero de 2015) Wikipedia. Recuperado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Orden_del_Finnegans
Paradoja
“Paradox of Praxis 1(paradoja de la praxis 1) (1997) es el registro de una acción llevada a cabo bajo la idea de «a veces hacer algo conduce a nada». Durante más de nueve horas, Alÿs empujó un bloque de hielo por las calles de la Ciudad de México hasta que se derritió completamente. Y así, durante horas y horas, luchó con el bloque rectangular minimalista hasta que finalmente se redujo a no más de un cubo de hielo adecuado para un whisky en las rocas, tan pequeño que podría casualmente patear a lo largo de la calle.”
A veces hacer algo conduce a nada. Página web de Francis Alys. Recuperado de: http://francisalys.com/sometimes-making-something-leads-to-nothing/
El Acto de Curar una Imagen// Instrucciones
Un curador escoge una imagen. La única condición de esa imagen es que pertenezca al dominio público. Ese curador debe curar esa imagen. Dicha imagen solo puede ser curada dentro de la www y los usos que este universo permite. Al escoger una imagen, debe establecer al menos 3 relaciones usando al menos 3 objetos (dentro de la www).
Consideraciones a un ejercicio intencionalmente inconcluso:
-Internet entiende por un objeto:sonido, texto, video, imagen, juegos. Estos usos pueden ser ilustrativos, ejemplificadores, o ninguna de las anteriores. Este puede ser un ejercicio de especulación, o puede no serlo. Considerar el meme, como lo que es; una unidad de transmisión cultural como lo propone Richard Dwakings en El Gen Egoista.
-No se trata de buscar la verdad de una imagen, sino de un circunloquio alrededor de la posibilidad de hacer una lectura por medio de asociaciones. Es la posibilidad dentro de la posibilidad de las posibilidades, o ninguna de las anteriores.
– Para el ejercicio la curandería, o curaduría se entiende como un término en batalla que no puede ser singular ni totalizante, como una forma de organizar el pensamiento en un encuentro con otro, como un estado maleable.
– La imagen central en este caso funciona como una pregunta, como un punto de partida o un marco para un discurso.
-Las palabras emulan imágenes, delegando sentido a las cosas, cada lector produce una copia de lo que lee pues en la red cada acto produce una copia. En una poética del hipertexto, los vínculos invisibles que allí existen incluyen toda la nebulosa del conocimiento y su acceso; La copia, transcripción, materialización, idealización de la cosa misma. ¿Qué sucede con aquellas cosas que se validan a través de la citación para existir?
– Hay momentos en que la jurisdicción de las comillas -en una noción ampliada- pierde su relevancia. En este espacio fundado por las comillas, se puede construir una casa para crear. El mundo está ahí para ser leído.
-Al leer, ver o escuchar algo creado por alguien, uno también está leyendo, viendo o escuchando lo que alguien leyó, vio o escuchó.
-Leer un hipertexto es una actividad multidireccional y sin jerarquías.
-En una ficción hipertextual cada link provee un contexto distinto, que puede ser leído de manera no lineal.
-Pensar este formato expositivo como una dislocación de las partes que forman un todo. En este caso ese todo parte de una imagen. Este espacio se piensa como un contenedor de ese todo y de lo que a partir de este se puede bifurcar.
-Una imagen central cuyas partes son dislocadas a través de señalamientos por aquel que se dé a la tarea de curarla; el curandero.
Caos
“El viejo de oro, que cose las pulseras de los relojes de todo Londres, el viejo que sirve a las familias burguesas empobrecidas a jornal en su talabartería, es quien, con la excusa de entregar mi nueva alforja, se busca entrometer en lo que ahí destinaré yo guardar. La forma particular de los compartimentos alargados, las argollas que las cierran, el volumen de sus bolsillos principales, la tirada corta que parece como la de un pony, el extraño bolsillo cónico que se insinúa en diagonal a un costado, y los siete compartimentos secretos escondidos que he solicitado, y que por el momento desconozco, contribuyen al desconcierto de este hombre, que golpea ahora mi puerta con ansiedad. Disfruto la densidad del secreto que debe provocar éste particular encargo en la imaginación del artesano…imagino, imagino: Guardará en ella todo un ciervo descuartizado; la maquinaria relojera del Rey Celián; los nidos de los pájaros árabes con los libros que los describen y con los libros que traducen esos libros; los bellos espejos crisolitos; las miniaturas Napoleónicas del ejercito inglés; los escudos magnéticos que generaron tanto asombro en la feria mundial de Paris; los mapas y los maniquíes árabes encontrados en las ruinas del anfiteatro de Senghor; las deidades africanas esculpidas en el centro neurálgico del Shandysmo; los picaportes y las llaves de todos los pabellones con bóvedas de cristal en Viena; los buitres de cabeza roja disecados pertenecientes al catálogo de monstruos ignotos de Théophile Gautier; las cabezas de los ajusticiados en la semana santa de Vigo; las trenzas húmedas en alcohol de las brujas nudistas de Dunwich; las manos entrelazadas de los amantes suicidas en el lago de Constanza; el mullido verde de las lobelias conservado en miel de abejas; las hachas de madera de Albine, con las que jugaban los niños sonámbulos protagonistas de las poesías del Conde de Lautrémont; las cortezas dulces de los árboles de uñas; los remaches del revestimiento externo de una fortaleza volante; los discos construidos con cuerdas de ukelele enrolladas en espiral; las piezas perdidas de varios puzzles; los bustos de cera con los que mercaderes gitanos hacían las demostraciones de sus tónicos capilares; las rocas, la tierra, los cristales de sal y el agua del lago de Utah; los objetos bellos que generan repelencia, salpullido e irritación de quienes los miran, y el bálsamo milagroso que cura ese enigma corporal; los agigantados instrumentos con los que se extrae el perfume de la flor de sal; los huesos desordenados de los perros falderos de la corte de Luis XIII de Francia; los cuerpos tibios en sedimentos de alumbre y melaza de los mártires de los polos; y el herbario compuesto con la lista de las flores de Émile Zola. Esa alforja que me aguarda al otro lado de la puerta me ha servido, alegremente, para celebrar el caos de la vida.”
Perec, G. (1978) Manuscritos.
La Conquista del Espacio
“Una lámina impresa muestra todas las imágenes de las páginas que configuran un libro en miniatura. Las líneas verticales delimitan la posición prevista de las páginas, como en las maquetas y pruebas de imprenta. Al libro se le ha negado su función de lectura, puesto que las páginas no están guillotinadas. De este modo la lámina con los treinta y dos países actúa como un recordatorio de esa función vetada.
Aunque los atlas comunes proponen una representación esquemática del mundo supuestamente aséptica, ejercen de constructores de significado. Para denunciar la absoluta arbitrariedad de los signos, Broodthaers invalida las convenciones habituales generadoras de significado como la escala (todos los países tienen el mismo tamaño, desde Andorra hasta Canadá), suprime todo accidente geográfico como ríos o montañas y los muestra aislados individualmente. Presentando los países como formas abstractas que recuerdan manchas de tinta, Broodthaers evoca el trabajo de uno de sus autores preferidos, Stéphane Mallarmé, y su tratamiento experimental de las palabras en el libro Un coup de dés jamais n’abolira le hasard (1897). Broodthaers dedica esta obra, como indica su título, a los militares y artistas, ya que, según él, el artista debe luchar contra las restricciones y clasificaciones del mundo del arte como el soldado en la batalla.”
Fondo de la colección Macba (1975). Macba. Recuperado de: http://www.macba.cat/es/atlas-1581