-Primera parte;

Forme un círculo en medio del patio con todos sus compañeros. 

A la cuenta de ¡NINJA! todos saltarán y tomarán una posición. Todos deben quedar estáticos. 

Quién dirige comienza con el juego y se hará en sentido antihorario.  

Debe hacer un movimiento en seco intentando tocar a su compañero más próximo del codo hacia los dedos. Al terminar el movimiento debe quedarse estático en la posición que se encuentre. El compañero tiene la posibilidad de evitar el contacto, debe ser un solo movimiento en seco. 

Si el atacante consigue tocar a su compañero, el atacado perderá el brazo –lo deberá inmovilizar tras su espalda y no lo podrá volver a utilizar para atacar-.  

Si el atacado pierde sus dos brazos queda descalificado y sale del circulo. 

A medida que los integrantes van siendo descalificados el circulo se va cerrando, cubriendo los espacios que dejaron los ausentes. 

-Segunda parte;

Haga que todos comiencen a caminar aleatoriamente por todo el espacio.  

Mientras todos caminan alguien se encargará de hacer tres ruidos – un aplauso, dos aplausos, un grito-.  

Cada vez que los participantes oigan 1 aplauso, deben agacharse y continuar la caminata.  

Cuando oigan 2 aplausos deben saltar y continuar la caminata.  

Cuando oigan el grito deben detenerse y quedarse inmóviles hasta volverlo a escuchar. 

 

-Tercera Parte 

Mientras todos siguen caminando al azar, controle el ritmo de caminata. Para hacerlo, aplauda. Ellos deben obedecer a su ritmo con su andar. 

 

 

-Cuarta parte 

Cuando los participantes siguen con la caminata aleatoria, deben sostener la mirada con quien se cruzan.

 

 

-Quinta parte 

Formar grupo de 4 integrantes.  

Un integrante siempre estará al frente de los demás integrantes –fijo-. 

Los integrantes frente al integrante -fijo- deberán proponerle un rol; crear una historia que haga que este integrante se convierta en otra persona actuando. 

Cada 20 segundos quienes observan darán la pauta de cambio, de esta manera pasara un siguiente integrante a proponerle otro papel al integrante fijo. 

Al cabo de 1 minuto, el participante fijo ya habrá improvisado con sus compañeros móviles a jugar a ser 3 personas diferentes. 

Al volver al primer personaje, retomar en el momento en el que quedaron en la improvisación. 

  

Cada parte tiene una duración de 5-10 minutos aproximadamente. 

¿Usted se ha preguntado? …

Últimamente he caído en cuenta que me la paso preguntándome todo.

Me he preguntado por qué hablo tanto, y me doy cuenta que es porque la gente responde así a mis preguntas con sus diferentes perspectivas.

Me he preguntado si las palabras tienen dueño, y me doy cuenta que no, son de quien las necesita.

Me he preguntado qué es ser polémico, y me doy cuenta que todo lo diferente es extraño.

Me he preguntado una fórmula para la felicidad, y me doy cuenta que no existe una fórmula más sensata que el vivir.

Me he preguntado si algún día se deja de sufrir, y me doy cuenta que algunos sí, pero otros tan solo aprendemos a sobrellevar el dolor.

Me he preguntado si algo nos pertenece, y me doy cuenta que no hay nada más subjetivo, egoísta y capitalista que lo propio.

Me he preguntado por qué la maldad, y me doy cuenta que es tan solo un tirano sostenido por el miedo.

Me he preguntado si la amistad es acolitar, y me doy cuenta que es decir la verdad sin miedo.

Me he preguntado si llevo el arte a todos lados, y me doy cuenta que es él quien me lleva a mí a donde le da la gana.

Me he preguntado si, en realidad, es insensato tener fe en la humanidad, y me doy cuenta que desconfiar y triunfar no van de la mano.

Me he preguntado si disfruto mi vida, y me doy cuenta que por andar preguntando pendejadas no disfruto los pequeños placeres de la vida.

Me he preguntado si he sido consciente de la levedad y la tranquilidad, y me doy cuenta que sí, que fue en una residencia, fue Cachipay.

Me he preguntado si tengo respuestas, y me doy cuenta que cuando las tengo, me cambian las preguntas.

 

“Ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme. Vamos a ver qué pasa, si se rompen los platos, los pocillos, las sillas. Lagos, piscinas, casas, fantasmas y café. No espero nada y lo espero todo. Pienso en todo y no quiero pensar en nada. Vamos a ver qué pasa; y ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme.” (22 de marzo 2019, llegando a Cachipay.)

Todo era tremendamente simple. Nada tenía sentido, todo pasó bajo el sol de una tarde de domingo. El espacio: Una piscina vacía. El motivo: ser leves. Los participantes: nosotros y nuestra conciencia. Era sólo seguir un conjunto de instrucciones que llevarían a un resultado que ni yo –quien se supone había pensado en el ejercicio– esperaba del todo. El sol, el cansancio, el tinto, los textos, los tobillos torcidos, los pies descalzos y la mente de cada uno fueron suficientes para invocar al eco; invocar a una cacofonía de palabras que expresaban asuntos que nada tenían que ver con lo irreal, con lo reflexivo, con lo mítico, pero que en conjunto formaban una nueva percepción de sí mismos. Se transformaban, se entrelazaban, y formaban entre sí el mito del eco de la piscina.

Érase una vez 15 personas dispuestas a dejarse ensordecer por insensateces, por su propia mente. Érase una vez 15 personas que decidieron enfrentar el sol para estar dispuestas a dejarse ensordecer por las palabras y sus múltiples combinaciones. Érase una vez 15 personas, que a través de un juego de decisiones, de persecuciones y lectura automática, lograron crear un mito del eco; un rito que quedaría impregnado en la memoria de las paredes de baldosa, un trampolín desvencijado y agua podrida.

 

Las instrucciones eran simples y claras. Era un juego, un punto de encuentro entre cosas que en general nunca se encontrarían. Se trataba de la combinación de un cadáver exquisito con el tradicional juego pato, pato, ganso. Se entregaría a cada participante un libro sobre botánica, sobre rosas, sobre perros, sobre cualquier cosa. De ahí, todos los participantes del ejercicio menos uno deberían sentarse en círculo, como en pato, pato, ganso y esperar a que el que los circundara ejecutara el comando.

 

 

– Un golpecito en la cabeza ordenaba al hablante a ejecutar lectura automática según sus reglas.

 

– – Dos golpecitos en la cabeza indicaban que debía parar.

 

– – – Tres golpecitos en la cabeza indicaban que el participante sentado debía ponerse de pie y salir corriendo alrededor del resto de participantes sentados, para competir con su ejecutor el puesto de hablante o de ejecutor de comandos.

 

 

inicio//Pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso 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Eso escuchaba en mi cabeza combinado con los múltiples nombres de especies de rosas: Rosa banskiae, Rosa centifolia, Rosa gallica, Rosa sempervirens, Rosa damascena, Rosa glauca, Rosa laevigata, Rosa rugosa, Rosa moschata, Rosa wichuralana, 21, Rosa rubiginosa, las rosas se deben cortar, 22, Rosales modernos, (alguien hablando al revés). pato, pato, pato, (alguien tocó mi cabeza dos veces debo parar), (alguien sigue hablando al revés), border collie, 30. (alguien lee como disco rayado).

Pensaba en esa cacofonía sin sentido, en esa nueva teoría natural sobre el sonido, los perros y las flores. Pensaba en lo que Georges Perec denomina como el espacio inhabitable; ese espacio que es “el mar vertedero, las costas erizadas de alambre de espino, la tierra pelada, la tierra osario, los montones de caparazones, los ríos lodazales, las ciudades nauseabundas”. Los huecos de piscina, el agua estancada en las baldosas, los tubos de PVC desvencijados. “La arquitectura del desprecio de la pamema (…) lo reducido, lo irrespirable, lo pequeño, lo mezquino, lo estrechado, lo calculado justo a tope”[1]. Pensaba en cómo nosotros negábamos por un momento el carácter inhabitable extraño de la piscina vacía. Que la hacíamos nuestra. Que si de ser por nosotros hubiéramos dejado alguna huella visible o palpable en las paredes de ese cuadrilátero extraño.

Sin embargo, fuimos más allá y dejamos la huella impalpable, la huella de la memoria. Paloma hablaba de la energía y de la carga que tanto las personas, los objetos, e incluso las acciones, eran capaces de dejar en un lugar cambiándolo para siempre. Dejamos nuestras voces, la nueva teoría natural que existió durante unos minutos pero que nadie escribió. Dejamos el mito del hecho, de la acción efímera. Dejamos las palabras que habitaron el espacio; el ruido y el silencio que el viento se llevaría pero que quedaría por siempre impregnado en las juntas de las baldosas con cloro lavado y hojas.

No había objetivo más allá del juego, de la toma de decisiones, de la aleatoriedad. Tal vez el punto más importante se encontraba en la misma toma de decisiones, la cual no dependía sólo de quién elegía al participante para luego designarle la tarea de leer, callarse o correr para relevar su puesto. Dependía también del hablante, de cómo hacía suyo el ejercicio de azar. Algunos la captaron, otros no. Unos se limitaron sólo a leer como siempre habían estado acostumbrados, y otros jugaron con las estructuras gramaticales, con lo que veían sus ojos, con los números, las vocales, leer al revés o al derecho, repetir.

El mito se construye desde la presencia efímera en el espacio. Ese día se construyó desde el mismo mito de la actividad de clase, de la reunión de estudiantes en una finca para pensar en la levedad. Daniel mencionó esto alguna vez (no sé si hace un mes o la semana pasada), y está en lo cierto. Lo que se le escapa es que lo que hacemos permanece en el mito para todo el mundo y es algo que creamos y que sólo entendemos nosotros. Y eso está bien. Por ahora la piscina sigue vacía, quién sabe por cuantos días, meses o años más, pero ahí sigue nuestro aliento, nuestras pisadas y el barro que llevamos desde el lago aledaño hasta su suelo. Ahí siguen los libros sobre plantas, sobre perros y sobre “La inteligencia de las flores”. Ellos cuentan sus historias pero ahora también la nuestra.

María José Dávila

 

Bogotá, no-sé-cuánto-tiempo-desde-Cachipay. (2019).

[1] Georges Perec, “Especies de espacios”, Fotocopioteca Lugar a Dudas, 41 (2014):41. (Quise hacer una selección de los espacios que Perec considera inhabitables y combinarlos con lo que es mi visión de la piscina como lugar inhabitable, sólo por si acaso.)

Volar, lo que se dice volar, no vuelo.

Flotan las cenizas de la fogata causante de la reunión de la gente. A decir verdad, creíamos ascender juntos. Era un revoloteo de veinte, tal vez unos menos. Empezaron como algunas instrucciones precarias que luchaban para convertirse en experiencia. Al comienzo, dudé que pudiéramos conectar. Sin embargo, bastó sólo un segundo para cerrar los ojos y elevarnos.

 

Arda.

Viaje.

Siéntese.

Cierre los ojos.

Sea leve.

Sea un objeto.

Úntese.

No se salte la instrucción.

Cállese.

Beba.

Piense.

Repita.

Concéntrese.

Pase el signo.

No ensucie el piso.

Lávese los pies.

Frótese y límpiese.

 

Los signos inofensivos se entrelazaban, se compenetraban. Que bien se sentía mi pie rozando la tierra húmeda, beber del agua que tomaban todos, el calor de las hojas en mi frente y el roce de la tela en mi piel. Se me olvidó la casa que me causaba temor y la nostalgia que me había perseguido por todo el camino. Incluso, pensé que al acabarse los signos se terminaría la experiencia, pero me di cuenta de que era sólo el comienzo.

 

Los rituales siempre me habían parecido algo pesado y nunca imaginé que podría «dirigir» uno. Se necesita una persona a cargo que proponga una situación- o en algunos casos que la cree por completo-, de las instrucciones adecuadas para que todos puedan conectarse y lo más importante, no se vea afectada si a nadie le interesa lo que dices. Algunos se lo tomaron un poco a chiste y eso estuvo bien, otros no entendían el porqué de las instrucciones, pero accedieron a todo. Otros, como Linda, se lo tomaron muy enserio de p a pá y unos cuantos no hacían más que mirar el fuego. A decir verdad, no esperaba más, pero tampoco esperaba menos.

Volar, lo que se dice volar, no vuelo.

 

 

Cali - Club de ajedrez del Café Boulevard

4 de abril de 2019

 

     

 

El Café Boulevard está en la innombrable Calle del Pecado del Cali viejo. A partir de las 2:00 de la tarde reverberan cuerpos masculinos jubilados que vienen a este lugar a pasar la tarde jugando ajedrez. No solo juegan ajedrez, otros juegan cartas y otros miran el juego de los demás. Algunos otros se dedican a dar instrucciones y a enseñar sin querer, las mejores jugadas. Todos los asientos tienen cojines para cuerpos cansados. Este espacio de ausencia femenina, convive con una licorera y una venta de empanadas en el primer piso. Ambos atendidas por mujeres. La Calle del Pecado en los años setenta, fue considerada una afrenta a las buenas costumbres que tentacularmente fueron poblando el lugar, primero con 6, luego con 10, y después con 20 griles de vida nocturna. La eterna fiesta comenzó cuando terminó la construcción de un edificio en la calle novena entre las carreras tercera y quinta, construido por los empresarios de la noche, que desplazaron a las familias que habitaban el lugar. ¿Por qué se llama la calle del pecado? – le preguntamos a la señora de los helados de coco. –Pues imagínese que pasaba por aquí-, responde.  Jaime, un asiduo jugador,  dice que el lugar cambió de locación tres veces y que probablemente sea el ajedrez más antiguo del país. Su primera sede fue en el primer piso del Café Boulevard. Luego pasó a cinco casas arriba a un segundo piso y ahí duró tres años. Volvió a moverse al segundo piso del edificio justo enfrente, también de carácter patrimonial. Después regresó al segundo piso del café Boulevard y ahí se quedó. Jaime dice que juega aquí desde hace 65 años. En una pared cerca alguien escribió un exorcismo: “La calle del ‘Perdón’… donde abunde el pecado sobreabunda la gracia!».

Segundo piso del Café Boulevard donde se encuentra el club de ajedrez.

 

Entrada al club de ajedrez.

Vista desde el segundo piso al interior del club de ajedrez.

Mesa de registro.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Usuarios de la obra Columpio de Daniel Blanco.

Usuarios de la obra Columpio de Daniel Blanco.

Demolición de Antigravedad de Juanita Bernal, 2019.

Montando Columpio, Daniel Blanco.

Montando Columpio, Daniel Blanco.

Detalle de Columpio, Daniel Blanco, 2019.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Juanita Bernal, Antigravedad, 2019.

María José Dávila, Viento en Popa -instrucciones–  2019.


España and Samboní, D5 – E5, 2019.

Gustavo Henao, Barrio El Calvario, 2019.

María Camila Lesmes, Huerto de pimentones, 2019.

Andrea Infante, La división del mundo, 2019.

Paula Leuro, Esto es un aforismo, 2019.

Luna Gabriela Giraldo, Masas de ajedrez, 2019.

Johan Samboní, Burbujas hechas con sudor de Elías Heim, 2019.

Jorge Acero, Sin título (Los pingüinos de vidrio), 2019.

María José Dávila, Mamá, tengo sueño, 2019.

María José Dávila, Mamá, tengo sueño, 2019.

Alejandra Montero, 60 títulos, 2019.

Laura Campas, Racism no longer exists, 2019.

 

Ramiro Martínez, Asirenada, 2019.

Fidelina Bonilla, Chontaduro, 2019.

María José Dávila, Yo, No sé, 2019.

“Se acabó la bochornosa Calle Del Pecado” en, Despertar Vallecaucano N° 47, 1979.

“Seis horas, hasta las 7 a.m. se demoraron las autoridades en llegar al grill donde a la 1 a.m. de ese mismo sábado, cálido y turbulento, un parroquiano había disparado su arma contra otro, presumiblemente un competir en el negocio de los estupefacientes.

Lo anterior sucedió hace 10 años en la calle 9a. entre carreras 3a y 4a de Cali, vía que desde entonces ostentaba el nada grato nombre de «Calle del Pecado» gracias al existencia de 20 grilles o cabarets de pipiripao en cuyas penumbras se abusaba del sexo, se consumían cantidades navegables de licor y marihuana al compás de la música vulgar, estentórea y de pésimo gusto. Lugar de esparcimiento al socaire de las sombras de gentes viciosas, de damiselas de dudosa ortografía, homosexuales en indumentarias ridículas, de afortunados nuevos ricos venidos a más a través del contrabando y la droga, los grilles de la «Calle del Pecado» llegaron a tener fama nacional hasta el punto de que muchos viajeros que llegaban a Cali en busca de aventuras, la primera dirección que pedían en sus respectivos hoteles era la de la escandalosa vía, con su cotejo de asechanzas, peligros y arriesgados encuentros.

El relajo comenzó hace de tres lustros cuando el edificio recién terminado de un acaudalado caballero caleño, fue alquilado por un santiamén por los propietarios de varios clubes nocturnos que tomaron posesión del inmueble.

En un año seis grilles habían sentado sus reales en la construcción recién terminada y posteriormente y como por arte de magia, y por esa característica capacidad de imitación que es común en los colombianos, aparecieron diez más y luego cuatro que coparon todos los locales de la calle 9a entre carreras 3a y 5a. Las gentes decentes que vivían en ese sector, como don Jorge Steffens Glenn, no pudieron resistir el bullicio nocturno, el clangor de los bafles a todo volumen y los alaridos de personas beodas que rondaban por doquier y emigraron del lugar. La propiedad raíz se vino abajo y nadie quería comprar nada en ese sitio o alquilar los pisos altos de los edificios de varias plantas.

El apogeo de la guacherna duro varios años hasta que, sin que las autoridades tomaran la más mínima acción contra el bochinche y la promiscuidad ambiental, los tales «grilles» amontonados unos contra otros y en fiera competencia ruidosa, comenzaron a perder clientela ya que los antiguos calaveras y bohemios se cansaron y comenzaron a escasear.

Hoy la archifamosa «Calle del Pecado» no es sino un fantasma de lo que fue, ya que el edificio principal, nido de seis de esos tórridos bailaderos han desaparecido dos y en la calle 3a más de diez han quebrado y esfumado, dando por fin, lugar a que ingresen negocios decentes y a que la propiedad vuelva paulatinamente a adquirir algún valor económico. Esto, no obstante, son numerosos los locales que en esa calle permanecen desocupados en vista de la resistencia que aún subsiste entre las gentes a establecerse en un vecindario que todavía recuerda épocas de violencia, de escándalo y de ordinariez en los años pasados.

Una notaría, la Séptima, una sastrería, un salón de modas, un almacén de cambio de monedas, una encuadernación, un local de fotocopias, un restaurante y un almacén de artículos fotográficos, han ocupado valientemente los destartalados locales que alguna vez crepitaban al influjo de la música rock más barato y de la salsa más distorsionada, en todo el centro de Cali.

Los griles que quedan no parecen gozar de mucha acogida en la actualidad en todo caso son pocos y para beneficio del prestigio de Cali, la bochornosa «Calle del Pecado» ha pasado a la historia por consunción moral y está recuperando su antiguo aspecto de vecindario limpio y decente de la urbe.”

 

30/4/2019

¡Este no soy yo!

-Primera parte;

Forme un círculo en medio del patio con todos sus compañeros. 

A la cuenta de ¡NINJA! todos saltarán y tomarán una posición. Todos deben quedar estáticos. 

Quién dirige comienza con el juego y se hará en sentido antihorario.  

Debe hacer un movimiento en seco intentando tocar a su compañero más próximo del codo hacia los dedos. Al terminar el movimiento debe quedarse estático en la posición que se encuentre. El compañero tiene la posibilidad de evitar el contacto, debe ser un solo movimiento en seco. 

Si el atacante consigue tocar a su compañero, el atacado perderá el brazo –lo deberá inmovilizar tras su espalda y no lo podrá volver a utilizar para atacar-.  

Si el atacado pierde sus dos brazos queda descalificado y sale del circulo. 

A medida que los integrantes van siendo descalificados el circulo se va cerrando, cubriendo los espacios que dejaron los ausentes. 

-Segunda parte;

Haga que todos comiencen a caminar aleatoriamente por todo el espacio.  

Mientras todos caminan alguien se encargará de hacer tres ruidos – un aplauso, dos aplausos, un grito-.  

Cada vez que los participantes oigan 1 aplauso, deben agacharse y continuar la caminata.  

Cuando oigan 2 aplausos deben saltar y continuar la caminata.  

Cuando oigan el grito deben detenerse y quedarse inmóviles hasta volverlo a escuchar. 

 

-Tercera Parte 

Mientras todos siguen caminando al azar, controle el ritmo de caminata. Para hacerlo, aplauda. Ellos deben obedecer a su ritmo con su andar. 

 

 

-Cuarta parte 

Cuando los participantes siguen con la caminata aleatoria, deben sostener la mirada con quien se cruzan.

 

 

-Quinta parte 

Formar grupo de 4 integrantes.  

Un integrante siempre estará al frente de los demás integrantes –fijo-. 

Los integrantes frente al integrante -fijo- deberán proponerle un rol; crear una historia que haga que este integrante se convierta en otra persona actuando. 

Cada 20 segundos quienes observan darán la pauta de cambio, de esta manera pasara un siguiente integrante a proponerle otro papel al integrante fijo. 

Al cabo de 1 minuto, el participante fijo ya habrá improvisado con sus compañeros móviles a jugar a ser 3 personas diferentes. 

Al volver al primer personaje, retomar en el momento en el que quedaron en la improvisación. 

  

Cada parte tiene una duración de 5-10 minutos aproximadamente. 

30/4/2019

Preguntas errantes

¿Usted se ha preguntado? …

Últimamente he caído en cuenta que me la paso preguntándome todo.

Me he preguntado por qué hablo tanto, y me doy cuenta que es porque la gente responde así a mis preguntas con sus diferentes perspectivas.

Me he preguntado si las palabras tienen dueño, y me doy cuenta que no, son de quien las necesita.

Me he preguntado qué es ser polémico, y me doy cuenta que todo lo diferente es extraño.

Me he preguntado una fórmula para la felicidad, y me doy cuenta que no existe una fórmula más sensata que el vivir.

Me he preguntado si algún día se deja de sufrir, y me doy cuenta que algunos sí, pero otros tan solo aprendemos a sobrellevar el dolor.

Me he preguntado si algo nos pertenece, y me doy cuenta que no hay nada más subjetivo, egoísta y capitalista que lo propio.

Me he preguntado por qué la maldad, y me doy cuenta que es tan solo un tirano sostenido por el miedo.

Me he preguntado si la amistad es acolitar, y me doy cuenta que es decir la verdad sin miedo.

Me he preguntado si llevo el arte a todos lados, y me doy cuenta que es él quien me lleva a mí a donde le da la gana.

Me he preguntado si, en realidad, es insensato tener fe en la humanidad, y me doy cuenta que desconfiar y triunfar no van de la mano.

Me he preguntado si disfruto mi vida, y me doy cuenta que por andar preguntando pendejadas no disfruto los pequeños placeres de la vida.

Me he preguntado si he sido consciente de la levedad y la tranquilidad, y me doy cuenta que sí, que fue en una residencia, fue Cachipay.

Me he preguntado si tengo respuestas, y me doy cuenta que cuando las tengo, me cambian las preguntas.

30/4/2019

La cacofonía del mito

 

“Ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme. Vamos a ver qué pasa, si se rompen los platos, los pocillos, las sillas. Lagos, piscinas, casas, fantasmas y café. No espero nada y lo espero todo. Pienso en todo y no quiero pensar en nada. Vamos a ver qué pasa; y ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme.” (22 de marzo 2019, llegando a Cachipay.)

Todo era tremendamente simple. Nada tenía sentido, todo pasó bajo el sol de una tarde de domingo. El espacio: Una piscina vacía. El motivo: ser leves. Los participantes: nosotros y nuestra conciencia. Era sólo seguir un conjunto de instrucciones que llevarían a un resultado que ni yo –quien se supone había pensado en el ejercicio– esperaba del todo. El sol, el cansancio, el tinto, los textos, los tobillos torcidos, los pies descalzos y la mente de cada uno fueron suficientes para invocar al eco; invocar a una cacofonía de palabras que expresaban asuntos que nada tenían que ver con lo irreal, con lo reflexivo, con lo mítico, pero que en conjunto formaban una nueva percepción de sí mismos. Se transformaban, se entrelazaban, y formaban entre sí el mito del eco de la piscina.

Érase una vez 15 personas dispuestas a dejarse ensordecer por insensateces, por su propia mente. Érase una vez 15 personas que decidieron enfrentar el sol para estar dispuestas a dejarse ensordecer por las palabras y sus múltiples combinaciones. Érase una vez 15 personas, que a través de un juego de decisiones, de persecuciones y lectura automática, lograron crear un mito del eco; un rito que quedaría impregnado en la memoria de las paredes de baldosa, un trampolín desvencijado y agua podrida.

 

Las instrucciones eran simples y claras. Era un juego, un punto de encuentro entre cosas que en general nunca se encontrarían. Se trataba de la combinación de un cadáver exquisito con el tradicional juego pato, pato, ganso. Se entregaría a cada participante un libro sobre botánica, sobre rosas, sobre perros, sobre cualquier cosa. De ahí, todos los participantes del ejercicio menos uno deberían sentarse en círculo, como en pato, pato, ganso y esperar a que el que los circundara ejecutara el comando.

 

 

– Un golpecito en la cabeza ordenaba al hablante a ejecutar lectura automática según sus reglas.

 

– – Dos golpecitos en la cabeza indicaban que debía parar.

 

– – – Tres golpecitos en la cabeza indicaban que el participante sentado debía ponerse de pie y salir corriendo alrededor del resto de participantes sentados, para competir con su ejecutor el puesto de hablante o de ejecutor de comandos.

 

 

inicio//Pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso “___________________________________________________________________________________________________________________________________________________// pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso “_________________________________________________________________________________________________________________________________________________// pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso “____________________________________________________________________________________________________________ pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso __________________________________// pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso “___________________________________________________________________________________________________________________________ //pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso. “_____________________________________//pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso 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Eso escuchaba en mi cabeza combinado con los múltiples nombres de especies de rosas: Rosa banskiae, Rosa centifolia, Rosa gallica, Rosa sempervirens, Rosa damascena, Rosa glauca, Rosa laevigata, Rosa rugosa, Rosa moschata, Rosa wichuralana, 21, Rosa rubiginosa, las rosas se deben cortar, 22, Rosales modernos, (alguien hablando al revés). pato, pato, pato, (alguien tocó mi cabeza dos veces debo parar), (alguien sigue hablando al revés), border collie, 30. (alguien lee como disco rayado).

Pensaba en esa cacofonía sin sentido, en esa nueva teoría natural sobre el sonido, los perros y las flores. Pensaba en lo que Georges Perec denomina como el espacio inhabitable; ese espacio que es “el mar vertedero, las costas erizadas de alambre de espino, la tierra pelada, la tierra osario, los montones de caparazones, los ríos lodazales, las ciudades nauseabundas”. Los huecos de piscina, el agua estancada en las baldosas, los tubos de PVC desvencijados. “La arquitectura del desprecio de la pamema (…) lo reducido, lo irrespirable, lo pequeño, lo mezquino, lo estrechado, lo calculado justo a tope”[1]. Pensaba en cómo nosotros negábamos por un momento el carácter inhabitable extraño de la piscina vacía. Que la hacíamos nuestra. Que si de ser por nosotros hubiéramos dejado alguna huella visible o palpable en las paredes de ese cuadrilátero extraño.

Sin embargo, fuimos más allá y dejamos la huella impalpable, la huella de la memoria. Paloma hablaba de la energía y de la carga que tanto las personas, los objetos, e incluso las acciones, eran capaces de dejar en un lugar cambiándolo para siempre. Dejamos nuestras voces, la nueva teoría natural que existió durante unos minutos pero que nadie escribió. Dejamos el mito del hecho, de la acción efímera. Dejamos las palabras que habitaron el espacio; el ruido y el silencio que el viento se llevaría pero que quedaría por siempre impregnado en las juntas de las baldosas con cloro lavado y hojas.

No había objetivo más allá del juego, de la toma de decisiones, de la aleatoriedad. Tal vez el punto más importante se encontraba en la misma toma de decisiones, la cual no dependía sólo de quién elegía al participante para luego designarle la tarea de leer, callarse o correr para relevar su puesto. Dependía también del hablante, de cómo hacía suyo el ejercicio de azar. Algunos la captaron, otros no. Unos se limitaron sólo a leer como siempre habían estado acostumbrados, y otros jugaron con las estructuras gramaticales, con lo que veían sus ojos, con los números, las vocales, leer al revés o al derecho, repetir.

El mito se construye desde la presencia efímera en el espacio. Ese día se construyó desde el mismo mito de la actividad de clase, de la reunión de estudiantes en una finca para pensar en la levedad. Daniel mencionó esto alguna vez (no sé si hace un mes o la semana pasada), y está en lo cierto. Lo que se le escapa es que lo que hacemos permanece en el mito para todo el mundo y es algo que creamos y que sólo entendemos nosotros. Y eso está bien. Por ahora la piscina sigue vacía, quién sabe por cuantos días, meses o años más, pero ahí sigue nuestro aliento, nuestras pisadas y el barro que llevamos desde el lago aledaño hasta su suelo. Ahí siguen los libros sobre plantas, sobre perros y sobre “La inteligencia de las flores”. Ellos cuentan sus historias pero ahora también la nuestra.

María José Dávila

 

Bogotá, no-sé-cuánto-tiempo-desde-Cachipay. (2019).

[1] Georges Perec, “Especies de espacios”, Fotocopioteca Lugar a Dudas, 41 (2014):41. (Quise hacer una selección de los espacios que Perec considera inhabitables y combinarlos con lo que es mi visión de la piscina como lugar inhabitable, sólo por si acaso.)

30/4/2019

Ritual de sanción cósmica

Volar, lo que se dice volar, no vuelo.

Flotan las cenizas de la fogata causante de la reunión de la gente. A decir verdad, creíamos ascender juntos. Era un revoloteo de veinte, tal vez unos menos. Empezaron como algunas instrucciones precarias que luchaban para convertirse en experiencia. Al comienzo, dudé que pudiéramos conectar. Sin embargo, bastó sólo un segundo para cerrar los ojos y elevarnos.

 

Arda.

Viaje.

Siéntese.

Cierre los ojos.

Sea leve.

Sea un objeto.

Úntese.

No se salte la instrucción.

Cállese.

Beba.

Piense.

Repita.

Concéntrese.

Pase el signo.

No ensucie el piso.

Lávese los pies.

Frótese y límpiese.

 

Los signos inofensivos se entrelazaban, se compenetraban. Que bien se sentía mi pie rozando la tierra húmeda, beber del agua que tomaban todos, el calor de las hojas en mi frente y el roce de la tela en mi piel. Se me olvidó la casa que me causaba temor y la nostalgia que me había perseguido por todo el camino. Incluso, pensé que al acabarse los signos se terminaría la experiencia, pero me di cuenta de que era sólo el comienzo.

 

Los rituales siempre me habían parecido algo pesado y nunca imaginé que podría «dirigir» uno. Se necesita una persona a cargo que proponga una situación- o en algunos casos que la cree por completo-, de las instrucciones adecuadas para que todos puedan conectarse y lo más importante, no se vea afectada si a nadie le interesa lo que dices. Algunos se lo tomaron un poco a chiste y eso estuvo bien, otros no entendían el porqué de las instrucciones, pero accedieron a todo. Otros, como Linda, se lo tomaron muy enserio de p a pá y unos cuantos no hacían más que mirar el fuego. A decir verdad, no esperaba más, pero tampoco esperaba menos.

Volar, lo que se dice volar, no vuelo.

 

 

23/4/2019

Octavo Encuentro

Cali - Club de ajedrez del Café Boulevard

4 de abril de 2019

 

     

 

El Café Boulevard está en la innombrable Calle del Pecado del Cali viejo. A partir de las 2:00 de la tarde reverberan cuerpos masculinos jubilados que vienen a este lugar a pasar la tarde jugando ajedrez. No solo juegan ajedrez, otros juegan cartas y otros miran el juego de los demás. Algunos otros se dedican a dar instrucciones y a enseñar sin querer, las mejores jugadas. Todos los asientos tienen cojines para cuerpos cansados. Este espacio de ausencia femenina, convive con una licorera y una venta de empanadas en el primer piso. Ambos atendidas por mujeres. La Calle del Pecado en los años setenta, fue considerada una afrenta a las buenas costumbres que tentacularmente fueron poblando el lugar, primero con 6, luego con 10, y después con 20 griles de vida nocturna. La eterna fiesta comenzó cuando terminó la construcción de un edificio en la calle novena entre las carreras tercera y quinta, construido por los empresarios de la noche, que desplazaron a las familias que habitaban el lugar. ¿Por qué se llama la calle del pecado? – le preguntamos a la señora de los helados de coco. –Pues imagínese que pasaba por aquí-, responde.  Jaime, un asiduo jugador,  dice que el lugar cambió de locación tres veces y que probablemente sea el ajedrez más antiguo del país. Su primera sede fue en el primer piso del Café Boulevard. Luego pasó a cinco casas arriba a un segundo piso y ahí duró tres años. Volvió a moverse al segundo piso del edificio justo enfrente, también de carácter patrimonial. Después regresó al segundo piso del café Boulevard y ahí se quedó. Jaime dice que juega aquí desde hace 65 años. En una pared cerca alguien escribió un exorcismo: “La calle del ‘Perdón’… donde abunde el pecado sobreabunda la gracia!».

Segundo piso del Café Boulevard donde se encuentra el club de ajedrez.

 

Entrada al club de ajedrez.

Vista desde el segundo piso al interior del club de ajedrez.

Mesa de registro.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Usuarios de la obra Columpio de Daniel Blanco.

Usuarios de la obra Columpio de Daniel Blanco.

Demolición de Antigravedad de Juanita Bernal, 2019.

Montando Columpio, Daniel Blanco.

Montando Columpio, Daniel Blanco.

Detalle de Columpio, Daniel Blanco, 2019.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Daniel Blanco, Columpio, 2019.

Juanita Bernal, Antigravedad, 2019.

María José Dávila, Viento en Popa -instrucciones–  2019.


España and Samboní, D5 – E5, 2019.

Gustavo Henao, Barrio El Calvario, 2019.

María Camila Lesmes, Huerto de pimentones, 2019.

Andrea Infante, La división del mundo, 2019.

Paula Leuro, Esto es un aforismo, 2019.

Luna Gabriela Giraldo, Masas de ajedrez, 2019.

Johan Samboní, Burbujas hechas con sudor de Elías Heim, 2019.

Jorge Acero, Sin título (Los pingüinos de vidrio), 2019.

María José Dávila, Mamá, tengo sueño, 2019.

María José Dávila, Mamá, tengo sueño, 2019.

Alejandra Montero, 60 títulos, 2019.

Laura Campas, Racism no longer exists, 2019.

 

Ramiro Martínez, Asirenada, 2019.

Fidelina Bonilla, Chontaduro, 2019.

María José Dávila, Yo, No sé, 2019.

“Se acabó la bochornosa Calle Del Pecado” en, Despertar Vallecaucano N° 47, 1979.

“Seis horas, hasta las 7 a.m. se demoraron las autoridades en llegar al grill donde a la 1 a.m. de ese mismo sábado, cálido y turbulento, un parroquiano había disparado su arma contra otro, presumiblemente un competir en el negocio de los estupefacientes.

Lo anterior sucedió hace 10 años en la calle 9a. entre carreras 3a y 4a de Cali, vía que desde entonces ostentaba el nada grato nombre de «Calle del Pecado» gracias al existencia de 20 grilles o cabarets de pipiripao en cuyas penumbras se abusaba del sexo, se consumían cantidades navegables de licor y marihuana al compás de la música vulgar, estentórea y de pésimo gusto. Lugar de esparcimiento al socaire de las sombras de gentes viciosas, de damiselas de dudosa ortografía, homosexuales en indumentarias ridículas, de afortunados nuevos ricos venidos a más a través del contrabando y la droga, los grilles de la «Calle del Pecado» llegaron a tener fama nacional hasta el punto de que muchos viajeros que llegaban a Cali en busca de aventuras, la primera dirección que pedían en sus respectivos hoteles era la de la escandalosa vía, con su cotejo de asechanzas, peligros y arriesgados encuentros.

El relajo comenzó hace de tres lustros cuando el edificio recién terminado de un acaudalado caballero caleño, fue alquilado por un santiamén por los propietarios de varios clubes nocturnos que tomaron posesión del inmueble.

En un año seis grilles habían sentado sus reales en la construcción recién terminada y posteriormente y como por arte de magia, y por esa característica capacidad de imitación que es común en los colombianos, aparecieron diez más y luego cuatro que coparon todos los locales de la calle 9a entre carreras 3a y 5a. Las gentes decentes que vivían en ese sector, como don Jorge Steffens Glenn, no pudieron resistir el bullicio nocturno, el clangor de los bafles a todo volumen y los alaridos de personas beodas que rondaban por doquier y emigraron del lugar. La propiedad raíz se vino abajo y nadie quería comprar nada en ese sitio o alquilar los pisos altos de los edificios de varias plantas.

El apogeo de la guacherna duro varios años hasta que, sin que las autoridades tomaran la más mínima acción contra el bochinche y la promiscuidad ambiental, los tales «grilles» amontonados unos contra otros y en fiera competencia ruidosa, comenzaron a perder clientela ya que los antiguos calaveras y bohemios se cansaron y comenzaron a escasear.

Hoy la archifamosa «Calle del Pecado» no es sino un fantasma de lo que fue, ya que el edificio principal, nido de seis de esos tórridos bailaderos han desaparecido dos y en la calle 3a más de diez han quebrado y esfumado, dando por fin, lugar a que ingresen negocios decentes y a que la propiedad vuelva paulatinamente a adquirir algún valor económico. Esto, no obstante, son numerosos los locales que en esa calle permanecen desocupados en vista de la resistencia que aún subsiste entre las gentes a establecerse en un vecindario que todavía recuerda épocas de violencia, de escándalo y de ordinariez en los años pasados.

Una notaría, la Séptima, una sastrería, un salón de modas, un almacén de cambio de monedas, una encuadernación, un local de fotocopias, un restaurante y un almacén de artículos fotográficos, han ocupado valientemente los destartalados locales que alguna vez crepitaban al influjo de la música rock más barato y de la salsa más distorsionada, en todo el centro de Cali.

Los griles que quedan no parecen gozar de mucha acogida en la actualidad en todo caso son pocos y para beneficio del prestigio de Cali, la bochornosa «Calle del Pecado» ha pasado a la historia por consunción moral y está recuperando su antiguo aspecto de vecindario limpio y decente de la urbe.”