“Ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme. Vamos a ver qué pasa, si se rompen los platos, los pocillos, las sillas. Lagos, piscinas, casas, fantasmas y café. No espero nada y lo espero todo. Pienso en todo y no quiero pensar en nada. Vamos a ver qué pasa; y ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme.” (22 de marzo 2019, llegando a Cachipay.)

Todo era tremendamente simple. Nada tenía sentido, todo pasó bajo el sol de una tarde de domingo. El espacio: Una piscina vacía. El motivo: ser leves. Los participantes: nosotros y nuestra conciencia. Era sólo seguir un conjunto de instrucciones que llevarían a un resultado que ni yo –quien se supone había pensado en el ejercicio– esperaba del todo. El sol, el cansancio, el tinto, los textos, los tobillos torcidos, los pies descalzos y la mente de cada uno fueron suficientes para invocar al eco; invocar a una cacofonía de palabras que expresaban asuntos que nada tenían que ver con lo irreal, con lo reflexivo, con lo mítico, pero que en conjunto formaban una nueva percepción de sí mismos. Se transformaban, se entrelazaban, y formaban entre sí el mito del eco de la piscina.

Érase una vez 15 personas dispuestas a dejarse ensordecer por insensateces, por su propia mente. Érase una vez 15 personas que decidieron enfrentar el sol para estar dispuestas a dejarse ensordecer por las palabras y sus múltiples combinaciones. Érase una vez 15 personas, que a través de un juego de decisiones, de persecuciones y lectura automática, lograron crear un mito del eco; un rito que quedaría impregnado en la memoria de las paredes de baldosa, un trampolín desvencijado y agua podrida.

 

Las instrucciones eran simples y claras. Era un juego, un punto de encuentro entre cosas que en general nunca se encontrarían. Se trataba de la combinación de un cadáver exquisito con el tradicional juego pato, pato, ganso. Se entregaría a cada participante un libro sobre botánica, sobre rosas, sobre perros, sobre cualquier cosa. De ahí, todos los participantes del ejercicio menos uno deberían sentarse en círculo, como en pato, pato, ganso y esperar a que el que los circundara ejecutara el comando.

 

 

– Un golpecito en la cabeza ordenaba al hablante a ejecutar lectura automática según sus reglas.

 

– – Dos golpecitos en la cabeza indicaban que debía parar.

 

– – – Tres golpecitos en la cabeza indicaban que el participante sentado debía ponerse de pie y salir corriendo alrededor del resto de participantes sentados, para competir con su ejecutor el puesto de hablante o de ejecutor de comandos.

 

 

inicio//Pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso “___________________________________________________________________________________________________________________________________________________// pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso “_________________________________________________________________________________________________________________________________________________// pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, 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pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso. “_____________________________________//pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso 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Eso escuchaba en mi cabeza combinado con los múltiples nombres de especies de rosas: Rosa banskiae, Rosa centifolia, Rosa gallica, Rosa sempervirens, Rosa damascena, Rosa glauca, Rosa laevigata, Rosa rugosa, Rosa moschata, Rosa wichuralana, 21, Rosa rubiginosa, las rosas se deben cortar, 22, Rosales modernos, (alguien hablando al revés). pato, pato, pato, (alguien tocó mi cabeza dos veces debo parar), (alguien sigue hablando al revés), border collie, 30. (alguien lee como disco rayado).

Pensaba en esa cacofonía sin sentido, en esa nueva teoría natural sobre el sonido, los perros y las flores. Pensaba en lo que Georges Perec denomina como el espacio inhabitable; ese espacio que es “el mar vertedero, las costas erizadas de alambre de espino, la tierra pelada, la tierra osario, los montones de caparazones, los ríos lodazales, las ciudades nauseabundas”. Los huecos de piscina, el agua estancada en las baldosas, los tubos de PVC desvencijados. “La arquitectura del desprecio de la pamema (…) lo reducido, lo irrespirable, lo pequeño, lo mezquino, lo estrechado, lo calculado justo a tope”[1]. Pensaba en cómo nosotros negábamos por un momento el carácter inhabitable extraño de la piscina vacía. Que la hacíamos nuestra. Que si de ser por nosotros hubiéramos dejado alguna huella visible o palpable en las paredes de ese cuadrilátero extraño.

Sin embargo, fuimos más allá y dejamos la huella impalpable, la huella de la memoria. Paloma hablaba de la energía y de la carga que tanto las personas, los objetos, e incluso las acciones, eran capaces de dejar en un lugar cambiándolo para siempre. Dejamos nuestras voces, la nueva teoría natural que existió durante unos minutos pero que nadie escribió. Dejamos el mito del hecho, de la acción efímera. Dejamos las palabras que habitaron el espacio; el ruido y el silencio que el viento se llevaría pero que quedaría por siempre impregnado en las juntas de las baldosas con cloro lavado y hojas.

No había objetivo más allá del juego, de la toma de decisiones, de la aleatoriedad. Tal vez el punto más importante se encontraba en la misma toma de decisiones, la cual no dependía sólo de quién elegía al participante para luego designarle la tarea de leer, callarse o correr para relevar su puesto. Dependía también del hablante, de cómo hacía suyo el ejercicio de azar. Algunos la captaron, otros no. Unos se limitaron sólo a leer como siempre habían estado acostumbrados, y otros jugaron con las estructuras gramaticales, con lo que veían sus ojos, con los números, las vocales, leer al revés o al derecho, repetir.

El mito se construye desde la presencia efímera en el espacio. Ese día se construyó desde el mismo mito de la actividad de clase, de la reunión de estudiantes en una finca para pensar en la levedad. Daniel mencionó esto alguna vez (no sé si hace un mes o la semana pasada), y está en lo cierto. Lo que se le escapa es que lo que hacemos permanece en el mito para todo el mundo y es algo que creamos y que sólo entendemos nosotros. Y eso está bien. Por ahora la piscina sigue vacía, quién sabe por cuantos días, meses o años más, pero ahí sigue nuestro aliento, nuestras pisadas y el barro que llevamos desde el lago aledaño hasta su suelo. Ahí siguen los libros sobre plantas, sobre perros y sobre “La inteligencia de las flores”. Ellos cuentan sus historias pero ahora también la nuestra.

María José Dávila

 

Bogotá, no-sé-cuánto-tiempo-desde-Cachipay. (2019).

[1] Georges Perec, “Especies de espacios”, Fotocopioteca Lugar a Dudas, 41 (2014):41. (Quise hacer una selección de los espacios que Perec considera inhabitables y combinarlos con lo que es mi visión de la piscina como lugar inhabitable, sólo por si acaso.)

“En realidad, todos estamos haciendo cosas. Más que artistas, que suena hueco y pomposo, somos artesanos, es decir, gente que hace cosas.”[1]

Hoy no hay ejercicio, hoy no hay carreta autónoma. Hoy sólo pienso en el cliché del artista: el bohemio, el libre, ‘el como el viento’. Es gracioso porque puede que lo sea, pero lo veo más desde la creación y la capacidad de pensar más allá de lo que ofrece el mundo. Pero la “vida” como tal del artista (o del que-hace-cosas) no es tan libre, tan bohemia. Hay trabajo, hay sudor y hay lucha. Hay trasnochadas y reflexiones sobre cómo conseguir material y cómo poner el pan sobre la mesa. Pero hay levedad en la forma en la que, desde esa misma pesadez, el artista se relaciona con el mundo: debe salir, debe mirar, debe hablar. Debe pensar sobre todo y sobre nada, e incluso puede no hacerlo. En cierto modo puede hacer lo que se le de la gana; no ha de quedarse quieto, ni de cuerpo, ni de mente o espíritu.
Somos gente que hace cosas y eso es leve. Lo pesado es pensar qué cosas, y si ver la carreta que nos metemos en la cabeza es un yunque que podemos soportar.

María José Dávila

[1]Enrique Vila-Matas, Historia de la literatura portátil. Barcelona: Anagrama, 2000. P. 81.

La primera palabra: Jack Kerouac toma una mirada fresca a Jack Kerouac

“La vergüenza parece ser la clave para la represión en la escritura [y en otras cosas], así como en el malestar psicológico. Si no se adhiere a lo que primero pensó y a las palabras que trajo el pensamiento, ¿cuál es la sensación de molestia de todos modos, y cuál es la sensación de imponer sus mentiras sobre otros, o, es decir, esconder sus pequeñas verdades de otros? En el Sutra de Surangama, Gotama Budda dice: «si ahora estás deseoso de comprender más perfectamente la Iluminación Suprema, debes aprender a responder preguntas de forma espontánea sin recurrir al pensamiento discriminativo.»

La traducción es de google. Jack Kerouac, “La primera palabra: Jack Kerouac toma una mirada fresca a Jack Kerouac”, en The Portable Jack Kerouac, ed. Ann Charters (New York: Penguin Books, 1995), 486.

 

 

———— 05-02-19. À Transmilenio. Je suis à Transmilenio, Bogotá se fue porque no le contesté el teléfono patía. Faber Castell se lavó las bonito lado puente arranca desde el cuento p p p. Son dos equis edificios bruummm, rum comme le Transmilenio. La partitura roja del pasto shshshsh tiene como objetivo esta tarde derribo de come de pájaro columna. Maleta azul sucia se mezcla con UPN. Trayecto rápido del Transmilenio hágale rápido uh.  SH SH SH ventana suena como fresca gresca greca veinte años de casado. Sólo un mes muchacha vienen de la última pueblo agua. Caminando sobre la tele, listo.  Aquí acaba #1, excelente hijo.
30/4/2019

La cacofonía del mito

 

“Ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme. Vamos a ver qué pasa, si se rompen los platos, los pocillos, las sillas. Lagos, piscinas, casas, fantasmas y café. No espero nada y lo espero todo. Pienso en todo y no quiero pensar en nada. Vamos a ver qué pasa; y ojalá esto sirva, ojalá eso pase, no quiero cansarme.” (22 de marzo 2019, llegando a Cachipay.)

Todo era tremendamente simple. Nada tenía sentido, todo pasó bajo el sol de una tarde de domingo. El espacio: Una piscina vacía. El motivo: ser leves. Los participantes: nosotros y nuestra conciencia. Era sólo seguir un conjunto de instrucciones que llevarían a un resultado que ni yo –quien se supone había pensado en el ejercicio– esperaba del todo. El sol, el cansancio, el tinto, los textos, los tobillos torcidos, los pies descalzos y la mente de cada uno fueron suficientes para invocar al eco; invocar a una cacofonía de palabras que expresaban asuntos que nada tenían que ver con lo irreal, con lo reflexivo, con lo mítico, pero que en conjunto formaban una nueva percepción de sí mismos. Se transformaban, se entrelazaban, y formaban entre sí el mito del eco de la piscina.

Érase una vez 15 personas dispuestas a dejarse ensordecer por insensateces, por su propia mente. Érase una vez 15 personas que decidieron enfrentar el sol para estar dispuestas a dejarse ensordecer por las palabras y sus múltiples combinaciones. Érase una vez 15 personas, que a través de un juego de decisiones, de persecuciones y lectura automática, lograron crear un mito del eco; un rito que quedaría impregnado en la memoria de las paredes de baldosa, un trampolín desvencijado y agua podrida.

 

Las instrucciones eran simples y claras. Era un juego, un punto de encuentro entre cosas que en general nunca se encontrarían. Se trataba de la combinación de un cadáver exquisito con el tradicional juego pato, pato, ganso. Se entregaría a cada participante un libro sobre botánica, sobre rosas, sobre perros, sobre cualquier cosa. De ahí, todos los participantes del ejercicio menos uno deberían sentarse en círculo, como en pato, pato, ganso y esperar a que el que los circundara ejecutara el comando.

 

 

– Un golpecito en la cabeza ordenaba al hablante a ejecutar lectura automática según sus reglas.

 

– – Dos golpecitos en la cabeza indicaban que debía parar.

 

– – – Tres golpecitos en la cabeza indicaban que el participante sentado debía ponerse de pie y salir corriendo alrededor del resto de participantes sentados, para competir con su ejecutor el puesto de hablante o de ejecutor de comandos.

 

 

inicio//Pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso 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pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, 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pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso. “_____________________________________//pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, pato, ganso 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Eso escuchaba en mi cabeza combinado con los múltiples nombres de especies de rosas: Rosa banskiae, Rosa centifolia, Rosa gallica, Rosa sempervirens, Rosa damascena, Rosa glauca, Rosa laevigata, Rosa rugosa, Rosa moschata, Rosa wichuralana, 21, Rosa rubiginosa, las rosas se deben cortar, 22, Rosales modernos, (alguien hablando al revés). pato, pato, pato, (alguien tocó mi cabeza dos veces debo parar), (alguien sigue hablando al revés), border collie, 30. (alguien lee como disco rayado).

Pensaba en esa cacofonía sin sentido, en esa nueva teoría natural sobre el sonido, los perros y las flores. Pensaba en lo que Georges Perec denomina como el espacio inhabitable; ese espacio que es “el mar vertedero, las costas erizadas de alambre de espino, la tierra pelada, la tierra osario, los montones de caparazones, los ríos lodazales, las ciudades nauseabundas”. Los huecos de piscina, el agua estancada en las baldosas, los tubos de PVC desvencijados. “La arquitectura del desprecio de la pamema (…) lo reducido, lo irrespirable, lo pequeño, lo mezquino, lo estrechado, lo calculado justo a tope”[1]. Pensaba en cómo nosotros negábamos por un momento el carácter inhabitable extraño de la piscina vacía. Que la hacíamos nuestra. Que si de ser por nosotros hubiéramos dejado alguna huella visible o palpable en las paredes de ese cuadrilátero extraño.

Sin embargo, fuimos más allá y dejamos la huella impalpable, la huella de la memoria. Paloma hablaba de la energía y de la carga que tanto las personas, los objetos, e incluso las acciones, eran capaces de dejar en un lugar cambiándolo para siempre. Dejamos nuestras voces, la nueva teoría natural que existió durante unos minutos pero que nadie escribió. Dejamos el mito del hecho, de la acción efímera. Dejamos las palabras que habitaron el espacio; el ruido y el silencio que el viento se llevaría pero que quedaría por siempre impregnado en las juntas de las baldosas con cloro lavado y hojas.

No había objetivo más allá del juego, de la toma de decisiones, de la aleatoriedad. Tal vez el punto más importante se encontraba en la misma toma de decisiones, la cual no dependía sólo de quién elegía al participante para luego designarle la tarea de leer, callarse o correr para relevar su puesto. Dependía también del hablante, de cómo hacía suyo el ejercicio de azar. Algunos la captaron, otros no. Unos se limitaron sólo a leer como siempre habían estado acostumbrados, y otros jugaron con las estructuras gramaticales, con lo que veían sus ojos, con los números, las vocales, leer al revés o al derecho, repetir.

El mito se construye desde la presencia efímera en el espacio. Ese día se construyó desde el mismo mito de la actividad de clase, de la reunión de estudiantes en una finca para pensar en la levedad. Daniel mencionó esto alguna vez (no sé si hace un mes o la semana pasada), y está en lo cierto. Lo que se le escapa es que lo que hacemos permanece en el mito para todo el mundo y es algo que creamos y que sólo entendemos nosotros. Y eso está bien. Por ahora la piscina sigue vacía, quién sabe por cuantos días, meses o años más, pero ahí sigue nuestro aliento, nuestras pisadas y el barro que llevamos desde el lago aledaño hasta su suelo. Ahí siguen los libros sobre plantas, sobre perros y sobre “La inteligencia de las flores”. Ellos cuentan sus historias pero ahora también la nuestra.

María José Dávila

 

Bogotá, no-sé-cuánto-tiempo-desde-Cachipay. (2019).

[1] Georges Perec, “Especies de espacios”, Fotocopioteca Lugar a Dudas, 41 (2014):41. (Quise hacer una selección de los espacios que Perec considera inhabitables y combinarlos con lo que es mi visión de la piscina como lugar inhabitable, sólo por si acaso.)

26/2/2019

Todos estamos haciendo cosas

“En realidad, todos estamos haciendo cosas. Más que artistas, que suena hueco y pomposo, somos artesanos, es decir, gente que hace cosas.”[1]

Hoy no hay ejercicio, hoy no hay carreta autónoma. Hoy sólo pienso en el cliché del artista: el bohemio, el libre, ‘el como el viento’. Es gracioso porque puede que lo sea, pero lo veo más desde la creación y la capacidad de pensar más allá de lo que ofrece el mundo. Pero la “vida” como tal del artista (o del que-hace-cosas) no es tan libre, tan bohemia. Hay trabajo, hay sudor y hay lucha. Hay trasnochadas y reflexiones sobre cómo conseguir material y cómo poner el pan sobre la mesa. Pero hay levedad en la forma en la que, desde esa misma pesadez, el artista se relaciona con el mundo: debe salir, debe mirar, debe hablar. Debe pensar sobre todo y sobre nada, e incluso puede no hacerlo. En cierto modo puede hacer lo que se le de la gana; no ha de quedarse quieto, ni de cuerpo, ni de mente o espíritu.
Somos gente que hace cosas y eso es leve. Lo pesado es pensar qué cosas, y si ver la carreta que nos metemos en la cabeza es un yunque que podemos soportar.

María José Dávila

[1]Enrique Vila-Matas, Historia de la literatura portátil. Barcelona: Anagrama, 2000. P. 81.

5/2/2019

El secreto de la iluminación suprema

La primera palabra: Jack Kerouac toma una mirada fresca a Jack Kerouac

“La vergüenza parece ser la clave para la represión en la escritura [y en otras cosas], así como en el malestar psicológico. Si no se adhiere a lo que primero pensó y a las palabras que trajo el pensamiento, ¿cuál es la sensación de molestia de todos modos, y cuál es la sensación de imponer sus mentiras sobre otros, o, es decir, esconder sus pequeñas verdades de otros? En el Sutra de Surangama, Gotama Budda dice: «si ahora estás deseoso de comprender más perfectamente la Iluminación Suprema, debes aprender a responder preguntas de forma espontánea sin recurrir al pensamiento discriminativo.»

La traducción es de google. Jack Kerouac, “La primera palabra: Jack Kerouac toma una mirada fresca a Jack Kerouac”, en The Portable Jack Kerouac, ed. Ann Charters (New York: Penguin Books, 1995), 486.

 

 

———— 05-02-19. À Transmilenio. Je suis à Transmilenio, Bogotá se fue porque no le contesté el teléfono patía. Faber Castell se lavó las bonito lado puente arranca desde el cuento p p p. Son dos equis edificios bruummm, rum comme le Transmilenio. La partitura roja del pasto shshshsh tiene como objetivo esta tarde derribo de come de pájaro columna. Maleta azul sucia se mezcla con UPN. Trayecto rápido del Transmilenio hágale rápido uh.  SH SH SH ventana suena como fresca gresca greca veinte años de casado. Sólo un mes muchacha vienen de la última pueblo agua. Caminando sobre la tele, listo.  Aquí acaba #1, excelente hijo.