“Los instrumentos eran:
l°. Un termómetro centígrado de Eigel, graduado hasta 150°, lo cual me pareció demasiado e insuficiente. Demasiado, si el calor del ambiente había de alcanzar esta temperatura, pues en semejante caso pereceríamos asados. Insuficiente, si se trataba de medir la temperatura de los manantiales o de cualquier otra materia en fusión.
2°. Un manómetro de aire comprimido, dispuesto de manera que marcase las presiones superiores a las de la atmósfera al nivel del mar, toda vez que, debiendo aumentar la presión atmosférica a medida que descendiésemos bájo la superficie de la tierra, el barómetro ordinario no sería suficiente.
3°. Un cronómetro de Boissonnas el menor, de Ginebra, perfectamente arreglado al meridiano de Hamburgo.
4°. Las brújulas de inclinación y de declinación.
5°. Un anteójo para observaciones nocturnas.
6°. Los aparatos de Ruhmkorff, que, mediante una corriente eléctrica, daban una luz portátil, muy segura y poco embarazosa.”
Verne, J. (1961) Obras. Segunda edición. Los clásicos del siglo XIX. Barcelona: Plaza & Janés Editores.