“Un sabio químico, un rival del doctor Liebig, que pretendía había encontrado el modo de condensar todos los elementos nutritivos de un buey en una pastilla de carne del tamaño de un peso, e iba a acuñar monedas con los rumiantes de las Pampas; –otro inventor de un motor portátil, un caballo de vapor que llevaba encerrado en una caja de reloj –, corría a explotar su privilegio de invención a la Nueva Inglaterra; otro, francés, de la calle Chapon, llevaba treinta mil muñecas de cartón, que decían «papá» con acento americano y no dudaba que tenía hecha ya su fortuna.”
Verne, J. (1961) Obras. Segunda edición. Los clásicos del siglo XIX. Barcelona: Plaza & Janés Editores.