No ganar no es necesariamente perder

Por: Breyner Huertas

Fotógrafo anónimo   

Alfred Eisenstaedt – V-J Day in Times Square

Como si el material supiera sobre las imágenes que soporta, un documento conservado por nadie y en la memoria de nadie tiene un hongo justo donde vemos un beso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como si los fluidos fueran de verdad (como si hubieran fluidos de beso) el papel se ha entregado al reino fungi como material orgánico que sigue siendo, a pesar de todo y su plastificado. [1]

 

 

Como si el material no supiera sobre las imágenes que soporta, un documento conservado por todos y en la memoria de todos está impecablemente reproducido, nítido y limpio en todas sus copias. Vemos el instante un millón de veces traicionado de un beso.

 

Como si ignorara todo sobre su propia naturaleza, este documento se ha entregado al reino de lo inolvidable, pasando de papel en papel y de formato en formato, disponible siempre.[2]

[1] Posteriormente el beso de las telenovelas intenta emular esta privacidad latinoamericana (como tesoro del amotinamiento) con un eje de tres o dos cámaras, cerrando aún más el plano, emulando la sombra del árbol con el marco de la pantalla y un fondo plano de habitación. Esto obviamente no es un postulado sobre el beso en la telenovela; solo surge a la luz (sombra) de esta divagación.

[2] Posteriormente el cine intenta emular esta espectacularidad en un gesto tan común como lo es un beso y crea el maravilloso beso entre el hombre araña y su novia, en el que él cuelga de cabeza (como un torturado) y la besa mientras llueve; la lluvia da cuenta aquí de la cantidad de comas que tiene el guión y también, en sentido general, de la presencia testimonial de un público en potencia que verá y aplaudirá el beso. Este público obviamente está dentro de la cabeza del hombre araña, porque como espectadores estamos dentro de la cabeza de los personajes. Esta inversión es extraña pero es a lo que desemboca toda la filosofía.

El beso es una pantalla; fase común de los dos documentos, una especie de barrera espejo en donde se hace esta reflexión: la suma imposible de dos cavidades.

El beso es suspensión del habla; de dos hablas. Con respecto a los documentos, cada imagen es eyectada lo más lejos posible entre sí, porque al unirlas (juntarlas a cada lado de la pantalla/cavidad/barrera) se diferencian y se afectan. Las imágenes se besan.

Los niños ponen sus juguetes a besarse, por lo general las muñecas con los soldados; acá estamos poniendo las fotos a besarse. Y las fotos son también imágenes de besos.

Son tres besos los que vemos aquí.

Como si alguien besara su propio reflejo en el espejo (una cavidad contra una superficie, ejercicio narcisista) mientras alguien lo observa y a su vez este alguien se ve en el espejo espiando, y el reflejo le sugiere que ya no debe mirar más (una cavidad contra su propia cavidad – ejercicio autocrítico).

Al leer se suspende el habla del lector y el habla del escritor; lo que se despliega es otra cosa pero no una voz en el sentido de que no emana desde una cavidad sino que emana desde una superficie, desde o hacía el texto. Signos que por lo general se manifiestan  negros sobre blanco, punto sobre papel blanco contrario a las constelaciones.

No ganar no es necesariamente perder. En el medio, siendo la noción de medio no como la mitad sino como el lapso entre dos cosas, zona gris, área-media, canal-medio, manera-puente, no hay signo sino constelación. Hay cavidad.

 

En la fotografía anónima:

 

Se desconoce su autor.

 

Se desconoce su ubicación: es en la sombra, debajo de un árbol, al parecer en el campo o zona verde.

 

Es un beso al parecer amoroso.

 

Es el beso de una relación entre una pareja.

 

Es un beso periódico. Un beso cultivado con tiempo. Perduró en las cavidades.

 

Paradójico que el hecho de ser anónimo asegura su humanidad, su personalidad: son personas.

 

Es un beso solitario, aburrido para el testigo (si nos preguntamos sobre el fotógrafo de la escena) e íntimo.

 

El militar está en medio de una guerra sin inicio y sin fin delimitado. Décadas de conflicto con bordes borrosos y roles ambiguos (el malo que no es malo, el bueno que no es bueno, las guerrillas, los paramilitares…) una guerra sin programa.

 

El día de la foto, la guerra permanece (como la relación del militar), ha existido antes y después del beso  (encuentro/pantalla) y antes y después de la foto (encuentro/pantalla).

 

El clic de la cámara es efímero, se pierde entre el tiempo.

 

La mujer abraza al militar, que le corresponde por la cintura. Su posición es la de entrega al momento.

 

La mujer tiene maquilladas las uñas; quizá porque el encuentro es especial y hay cierta preparación ritual para este instante. La foto es la importancia del instante.

 

No hay un aparato mediático que intente buscar a los protagonistas de la imagen. Su beso es efímero y no le importa sino a ellos dos, que buscaron guardar el recuerdo. No hay relato.

 

Es una foto a color.

 

El beso del militar está concentrado, parece que ambos descansan en el beso, no hay tensión ni el beso quiere ser beso ante el mundo.

 

El documento tiene hongo, es único y no debería estar en esta reflexión.

 

 

 

 

En la fotografía de Alfred Eisenstaedt:

 

Se conoce su autor.

 

Se sabe su ubicación: es a la intemperie. En la mitad de la calle, en el Time Square.

 

 

Es un beso efusivo.

 

Es un beso entre desconocidos.

 

Es un beso único. Unidad, como muestra, ejemplo, ítem. Perdura en los documentos.

 

Es un beso entre arquetipos (marine y enfermera).

 

 

Es un beso público, masivo, espectacular: tiene espectadores y no testigos. El documento crea la tarima.

 

El marine está en un punto delimitado, exacto, argumento nuclear, preciso, de roles específicos y con fechas claras. Una guerra de programa que claramente finalizó ese día. Una guerra corporativa, con deadline.

 

El día de la foto esa guerra se acabó. El marine celebra la victoria de su ejército sobre el Japón. La guerra existía antes de la foto y después de la foto ya no (pantalla)

El clic de la cámara tiene un peso trascendental, se revive constantemente.

La mujer no abraza al militar, que la toma por la cintura; su posición es la del objeto que se toma o se dispone.

La foto no da cuenta de un instante sino que pretende anclar una época: el instante representa (y descarga) un lapso de tiempo y el documento carga un hito histórico.

 

El aparato mediático en torno a la foto se encargó de encontrar, décadas después del beso, a los protagonistas y así ampliar los relatos de la imagen.

 

 

Es una foto a blanco y negro.

 

El beso del marine es análogo a una atención salvavidas boca a boca, a un gesto exacerbado del beso que quiere parecer beso, ante el mundo.

 

El documento se ha copiado innumerables veces, existe incluso sin soporte como memoria colectiva y digital en muchos lugares.

A lo último vemos los dos documentos, yuxtapuestos encontrándose el uno y el otro en función de unos lectores que somos cavidades y que vemos besos (y que estamos en cavidades)… y la memoria colectiva (condición célebre) que posee el documento estadounidense se riega sobre el otro documento y en sentido contrario la intimidad o la connotación amorosa de la foto latinoamericana (condición anónima) unta al otro documento y resulta que cada imagen es lo que en el fondo hubiéramos querido que fuese la otra, pero nunca entre los dos hubieran podido componer una sola imagen, porque se es una cosa u otra y no dos a la vez. La única manera de ser dos a la vez es en el beso, cuando se suman las cavidades. Recuerdo el molde de la mordida que hace el odontólogo para diagnosticar ortodoncia, con algo parecido se podría hacer un vaciado de exacto de la boca propia y la de alguien y pegar los dos vaciados en yeso; pero no serían ya cavidades sino documentos…