Caos

“El viejo de oro, que cose las pulseras de los relojes de todo Londres, el viejo que sirve a las familias burguesas empobrecidas a jornal en su talabartería, es quien, con la excusa de entregar mi nueva alforja, se busca entrometer en lo que ahí destinaré yo guardar. La forma particular de los compartimentos alargados, las argollas que las cierran, el volumen de sus bolsillos principales, la tirada corta que parece como la de un pony, el extraño bolsillo cónico que se insinúa en diagonal a un costado, y los siete compartimentos secretos escondidos que he solicitado, y que por el momento desconozco, contribuyen al desconcierto de este hombre, que golpea ahora mi puerta con ansiedad. Disfruto la densidad del secreto que debe provocar éste particular encargo en la imaginación del artesano…imagino, imagino: Guardará en ella todo un ciervo descuartizado; la maquinaria relojera del Rey Celián; los nidos de los pájaros árabes con los libros que los describen y con los libros que traducen esos libros; los bellos espejos crisolitos; las miniaturas Napoleónicas del ejercito inglés; los escudos magnéticos que generaron tanto asombro en la feria mundial de Paris; los mapas y los maniquíes árabes encontrados en las ruinas del anfiteatro de Senghor; las deidades africanas esculpidas en el centro neurálgico del Shandysmo; los picaportes y las llaves de todos los pabellones con bóvedas de cristal en Viena; los buitres de cabeza roja disecados pertenecientes al catálogo de monstruos ignotos de Théophile Gautier; las cabezas de los ajusticiados en la semana santa de Vigo; las trenzas húmedas en alcohol de las brujas nudistas de Dunwich; las manos entrelazadas de los amantes suicidas en el lago de Constanza; el mullido verde de las lobelias conservado en miel de abejas; las hachas de madera de Albine, con las que jugaban los niños sonámbulos protagonistas de las poesías del Conde de Lautrémont; las cortezas dulces de los árboles de uñas; los remaches del revestimiento externo de una fortaleza volante; los discos construidos con cuerdas de ukelele enrolladas en espiral; las piezas perdidas de varios puzzles; los bustos de cera con los que mercaderes gitanos hacían las demostraciones de sus tónicos capilares; las rocas, la tierra, los cristales de sal y el agua del lago de Utah; los objetos bellos que generan repelencia, salpullido e irritación de quienes los miran, y el bálsamo milagroso que cura ese enigma corporal; los agigantados instrumentos con los que se extrae el perfume de la flor de sal; los huesos desordenados de los perros falderos de la corte de Luis XIII de Francia; los cuerpos tibios en sedimentos de alumbre y melaza de los mártires de los polos; y el herbario compuesto con la lista de las flores de Émile Zola. Esa alforja que me aguarda al otro lado de la puerta me ha servido, alegremente, para celebrar el caos de la vida.”

Perec, G. (1978) Manuscritos.

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